Majón
Meir |
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Arte
y fe
Rav Lior
Engelmann (Beahava
Ubeemuna No608)
Junto con el
regreso de Am Israel (el Pueblo de Israel) a su tierra,
surgió la
creatividad artística israelí. Al principio ella fue
patrimonio de los apodados
“jofshiim” (libres: Judíos laicos) - y el arte fue
atrapado por los
hechizos de la secularidad. Los artistas se sintieron totalmente libres
para
hacer todo lo que se les ocurrió y expresar todo lo que
sintieron - sin
necesidad de discriminar entre impuro y puro, entre bueno y malo. La
libertad
de expresión se convirtió en la liberación del
mundo de su Creador, la
emancipación del israelí de su emuná (fe).
El artista no vaciló en
atacar – a través de su obra – todo lo santo para nuestro pueblo.
Los artistas
son los que transforman los pensamientos de los intelectuales en
patrimonio de
todo el público. En la sociedad secular se destaca su papel como
el travesaño
central, que aúna los pensadores con el público general –
y justamente entre
las personas creyentes, tal parecería que hubiese un abismo
entre los que
estudian en el Beit HaMidrash (centro de estudio de
En los
últimos tiempos, somos testigos del comienzo de una
revolución: El público
creyente siente la necesidad de creaciones artísticas distintas,
un anhelo que
no es saciado por las obras de arte seculares. Y al mismo tiempo surge
un
espíritu de creatividad artística que se revela en
muchos. Cuando surge un
espíritu de ese tipo en las almas de los artistas, es una
señal que
Por lo
visto, para ser acreedor del título “Artista Creyente” no
alcanza con una kipa
coronando la cabeza y cuatro flecos al viento: Es necesario una
gran y
profunda reflexión antes de comenzar a crear. El arte es
nombrado en nuestra Torá
kdoshá (santa) en entornos antagónicos: Por un
lado, el arte aparece en
los Diez Mandamientos en forma negativa, como dice el versículo
“no harás para
ti escultura, ni forma alguna de lo que está arriba en el cielo,
ni de lo que
está abajo en la tierra...” (Dvarim 5:8). Por otro lado,
encontramos en nuestra
Parashá al artista Betzalel como una figura central en la
edificación
del Mishkan (Tabernáculo): “Ved que el Eterno ha
llamado por nombre a Betzalel,
hijo de Uri, hijo de Jur, de la tribu de Iehudá, y le ha llenado
del espíritu
de D’s, en lo relativo a sabiduría, inteligencia y ciencia, y
toda suerte de
artesanía” (Shmot 35:30). Hay un arte que es como un dios ajeno,
y hay un arte
que es como la manifestación de la inspiración Divina, un
arte de emuná.
Es difícil desentenderse de la similitud de ambos
términos - umanut (arte)
y emuná - y debemos identificar el vínculo entre
ellos.
El arte, en
principio, es capaz de elevarse por encima del presente. El creyente
tiene la
facultad de mirar una situación determinada desde un punto de
vista de
eternidad y continuidad. Estamos acostumbrados a que los artistas son
pasajeros
en forma extrema: El artista promedio logra crear su obra sólo
en una
circunstancia determinada y en un lugar determinado, depende de la
“inspiración” que siente en un momento dado. Los pintores
acostumbran a firmar
con su nombre y con la fecha, como diciendo “en este momento”. El
artista de emuná
no se “hunde” en un momento determinado: Es cierto que puede – e
incluso debe –
expresar las dificultades de una realidad determinada, pero
también es capaz de
esbozar con su pincel líneas de esperanza y optimismo, que
emanan de la
convicción de la bondad del Creador y Director del mundo. El
artista de emuná
se adhiere a la eternidad, a lo estable, y no le permite a los cambios
estacionales y cambios de humor convertirse en el todo. La
creación artística
del artista de emuná es una imagen de sí mismo, y
de momento que él mira
al mundo con ojos buenos, también su creación
artística irradia emuná y
bondad a todos los que la contemplan.
En el
prólogo a su libro (Agam – Emuná VeIahadut) escribe el
escultor Iaacov Agam que
la prohibición “no harás para ti escultura, ni forma
alguna” se refiere
principalmente al dibujo de D’s mismo como una escultura,
como una realidad estática - y por lo tanto todo el
mundo como un maniquí sin movimiento, carente de la posibilidad
de
desarrollarse y avanzar. El artista que tiene emuná, que
cree con
certeza que el mundo va progresando, que es capaz de avanzar en el
plano de los
valores y la moral – no hace un maniquí.
En cuanto al
Becerro de Oro, dice
En primer
lugar, el artista crea de sí mismo, descubre a través de
su obra – canto, escritura,
baile y escultura – distintas capas de su personalidad, que la palabra
medida
no es capaz de expresar. De la misma forma que las palabras de una
persona
pueden revelar una gran y rica verdad, pero pueden convertirse en un
arma
dañina, también la obra de arte es un arma de doble filo.
De momento que no se
puede convertir en un artista de emuná “de la boca para
afuera” – porque
un arte de ese tipo es hipócrita y falto – el que quiere crear
obras de arte
con emuná, debe colmar su ser con una gran emuná
en nuestra
auténtica Torá que arde en su interior, y es la
fiel garantía que su
obra será kdoshá (santa).
Que D’s nos
haga merecedores de elevados artistas, cuya obra se encuentre “a la
sombra de
D’s”, artistas de emuná.
Este
artículo es dedicado en memoria de Adi Jaia Diamant z”l – una
artista colmada
de emuná.
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