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"Aún no hemos perdido nuestra esperanza"
Rav Azriel Ariel
(Beahavá Ubeemuná No506)

Esas palabras nos son conocidas a todos del canto "HaTikva" (el himno nacional), que atestigua - con resaltada desgracia - que también en situaciones casi sin ninguna posibilidad de salvación, "aún no hemos perdido nuestra esperanza" (pero puede ser que la perdamos muy pronto...). Son pocos los que se percatan que el origen de esas palabras se encuentra en la Haftará de nuestra semana, en la "Visión de los Huesos Resecos" del profeta Iejezkel. Escuchamos en boca de Am Israel que se encuentra sumergido en la galut (exilio): "Se han secado nuestros huesos, y ha perecido nuestra esperanza, fuimos apartados absolutamente" (Iejezkel 37:11). Intentaré aclarar que esa es la profunda idea básica de la mitzva de Pará Aduma (la Vaca Roja). Y para esos efectos haré uso del artículo de Itai Elitzur (que fue publicado en "Tzoar", número 19, Elul 5764).
Hay una diferencia esencial entre la Pará Aduma y los otros sacrificios. Todos los sacrificios son degollados en el Mikdash, mientras que ella es degollada fuera de él. La sangre de todos los sacrificios es vertida sobre el altar (la mayoría sobre el altar exterior, y algunos sobre el altar interior), mientras que la sangre de esa vaca debe ser rociada fuera del Mikdash "frente al Oel Moed (Tienda de Reunión)" (Bamidvar 19:4). La carne de la mayoría de los sacrificios - su lugar es en el Mikdash, es quemada sobre el altar o es comida por los cohanim (sacerdotes), mientras que la carne de esa vaca es quemada totalmente fuera del Mikdash. La mayoría de las personas que se ocupan de los otros sacrificios - quedan puros, mientras que todos los que se ocupan de la vaca y sus cenizas - son impurificados. Todo eso expresa una profunda idea. El sacrificio se acerca a lo kadosh (santo) y también acerca al que lo ofrece (como su nombre lo indica en hebreo: Korvan = sacrificio, lekarev = acercar). En contraste, la Pará Aduma es apartada, es impura, y sólo expresa el alejamiento, "porque podrás mirar la tierra de lejos, mas allí no podrás llegar" (Dvarim 32:52).
Es más: No hay una expresión de la muerte mejor que las cenizas de la Pará Aduma. Sólo hace unas pocas horas era una vaca viviente, llena de carne, de sangre, de vida, roja y colorada. Y ahora - sólo queda un pequeño montón de cenizas negras. No sólo fue degollada, no solo su sangre fue vertida, sino que tampoco queda ningún vestigio de vida, ni siquiera materia orgánica. Sólo queda de ella ceniza, sin ningún rastro de vida. Es todo lo contrario del sacrificio, cuya vida - expresada por su sangre - se eleva a D's al ser vertida en el altar, y su carne se eleva a lo alto cuando es devorada por el fuego del altar o se combina con el cuerpo puro y kadosh (santo) de los cohanim, que le rinden culto al D's. La Pará Aduma murió absolutamente, y se encuentra apartada del lugar kadosh (santo).
Ese es el punto común entre la Pará Aduma y la impureza producto de la muerte. También el cadáver - es alejado. Su alma pura y santa lo abandonó. La vida lo abandonó. Todo lo que queda, es carne sin vida que es llevada a la sepultura, a la nada, al cero absoluto. Todo el que lo toque, todo el que entre en la habitación en la que se encuentra, se vincula con la impureza de la ausencia de vida, de pureza y de santidad. Y aquí entran en función las cenizas de la Pará Aduma, para demostrarnos que es posible purificarse de la impureza de la muerte. Hay vida después de la muerte!. Hay vida que surge de la muerte. "Ved ahora que Yo, Yo solo soy, y no hay dioses conmigo, Yo hago morir y hago vivir, Yo hiero y Yo curo..." (Dvarim 32:39).

La Pará Aduma es alejada. La vaca es calcinada. Pero todo eso debe realizarse en un lugar determinado: ""frente al Oel Moed". La Mishná en el tratado Midot describe los portones y las murallas, cuya construcción es tal que le permiten al cohen que degüella la vaca ver directamente la puerta del Eijal (Santuario). No ha quedado vida en la vaca, tampoco kdushá (santidad), pero algo ha quedado: El anhelo, la esperanza, la mirada "frente al Oel Moed". Mientras exista la esperanza, mientras continúe el anhelo, en todo lugar donde aún persiste una aspiración - todavía hay un poco de vida. Y gracias a ese pequeño destello todo puede volver a renacer.
En efecto, tiene razón el autor del canto, ya que mientras "en dirección al oriente, los ojos miran adelante, a Tzion" - "aún no hemos perdido nuestra esperanza" (canto "HaTikva"), de "volver a la tierra de nuestros antepasados, a la ciudad donde David habitó" (canto "HaEmuna", del Rav Kuk).
Y estas son las palabras del profeta al pueblo desalentado, que perdió la esperanza y perdió el anhelo de volver a la buena tierra:
"Estos huesos son toda la Casa de Israel, he aquí que dicen: Se han secado nuestros huesos, y ha perecido nuestra esperanza, fuimos apartados absolutamente!. Por lo tanto profetiza y diles... He aquí que voy a abrir vuestras sepulturas, y os haré subir de vuestras sepulturas, oh pueblo Mío, y os traeré a la Tierra de Israel... y pondré Mi espíritu en vosotros, y reviviréis, y os estableceré en vuestra tierra, y conoceréis que Yo, el Eterno, lo he dicho y lo he hecho, dice el Eterno" (Iejezkel 37:11-14).

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