Majón
Meir |
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Cuando
enumeramos las diferenciaciones explícitas, “quien discierne
entre el kodesh (lo sacro) y lo profano, entre la
luz y la oscuridad, entre Am Israel y
los demás pueblos, entre el sexto día y los seis
días de la creación” (oración
de Habdala al término del shabat),
debemos aprender de ellas a
discernir en forma genérica todas las diferenciaciones que no
son explícitas.
Una de ellas, es la diferenciación entre la esclavitud y la
libertad. No es tan
fácil concebir el concepto de esclavitud en toda su
extensión, hasta ser capaz
de reconocer cómo liberarse de sus lazos y salir a la
extensión de la libertad,
liberarse totalmente de la maldición del esclavo (Bereshit 9:25)
y acogerse
bajo la bendición del que es libre (ver Mishlei 6:23). No es
fácil tampoco
concebir el concepto de libertad en toda su extensión, hasta ser
capaz de
unirse con la libertad auténtica sin caer en la falsa libertad,
que es mucho
peor y mucho más vil que toda esclavitud. Eso es cierto en
cuanto a la persona
individual, en su vida, su conducta y su pensamiento, y es cierto en
forma
mucho más elevada y general en la nación.
Y
cuando buscamos el jametz (harina
fermentada) a la trémula luz de la vela, buscamos también
en los escondrijos
del corazón, para eliminar todo fermento de esclavitud que se
adhirió a nuestra
ánima, para que podamos entrar al círculo del resplandor
de la “fiesta de la
libertad” con alegría, limpios de toda mancha de esclavitud, ya
sea esta la
esclavitud evidente, que humilla la magnificencia del alma y enturbia
la
nobleza del espíritu, o ya sea la esclavitud oculta, que es
pintada con los
falsos colores de la libertad superficial, con los que los embaucadores
engañan
la ciega multitud.
“Fuimos
esclavos de Paro en Egipto”, y el maror (hierbas
amargas) nos recuerda la esclavitud, “porque los Egipcios amargaron la
vida de
nuestros antepasados en Egipto” (Hagadá).
El esclavo cuya alma es esclava, su vida es despreciable, pero no es
amarga. El
alma esclava no puede sentir el sufrimiento de la despreciable
esclavitud,
porque esa vida es afín con su esencia espiritual y su
personalidad, e incluso
a veces puede desearla y llegar a decir: “No saldré libre”
(Shmot 21:5).
Es
cierto que fuimos esclavizados y sometidos bajo el poder de nuestros
opresores,
pero el resplandor de la noble libertad - proveniente de la herencia
espiritual
de nuestros patriarcas, representantes de D’s entre los pueblos
(Bereshit 23:6)
- no podía extinguirse totalmente en nuestro interior, y por
ello nuestra vida
como esclavos nos era una vida amarga. Y gracias a esa herencia kdoshá (santa) somos capaces también hoy
en día de discernir entre la esclavitud y la libertad, entre lo
que es afín a
nuestro espíritu en su pura esencia y lo que penetró en
nuestras vidas a causa
de las continuas esclavitudes y exilios.
Y
del espíritu de libertad que se va formando dentro nuestro sobre
la tierra kdoshá (santa), donde tenemos todo
el
derecho de sentir dentro de nosotros la grandeza de la libertad en su
delicada
naturaleza, tomaremos el valor para revivir todas las aptitudes, en
todos los
campos. Y en esta fiesta kdoshá
(santa), “la época de nuestra libertad”, fluirán sobre
nosotros los ríos de la
libertad en toda su pureza, discerniremos entre la esclavitud y la
libertad,
entre la libertad pura - que es la
auténtica - y la falsa libertad, que lleva gravada en el fondo
de su esencia el
sello de la esclavitud. Y la voz que emana de lo recóndito del
corazón, con
profunda alegría y anhelo al unísono, la voz de toda la
casa de Israel en la
noche del Seder, “este año somos
esclavos, el año que viene seremos libres” (Hagadá),
que se escucha ahora también aquí, entre los que se
asientan en la tierra de la
nación, esa fuerte voz hará despertar la voz
genérica de toda la nación, en
todos los confines, y contestará de lo profundo del alma:
“Este
año estamos aquí, el año que viene estaremos en la
Tierra de Israel!” (Hagadá), pronto, en nuestros
días, amén!.
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