Majón
Meir |
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“Y
Me haré
glorificar, y Me haré santificar”
Cada
criatura
que D's creó, santifica Su Nombre en el mundo: Ya sea un grano
de arena, un
árbol o una estrella, su existencia misma es una
expresión de
D's no eligió
un conjunto de tzadikim (justos) para santificar Su Nombre en
la tierra:
Eligió un pueblo. En los pueblos, la población no es
homogénea: Existen nobles
intelectuales, los pensadores. Hay también dirigentes, con
aptitudes y dotes
que les permiten ser los líderes del pueblo. Y también
hay personas sencillas,
que trabajan con rectitud y perseverancia, y de esa forma apuntalan a
toda la pirámide.
Cada sector no se segrega de los demás, sino que todos juntos
constituyen un
mismo organismo, a semejanza del cuerpo humano, donde cada
órgano tiene un
aporte propio singular, pero todos son órganos y miembros de un
mismo cuerpo.
Cuando todo un pueblo, en forma armoniosa, rige su vida de acuerdo a
las pautas
absolutas Divinas, ese es el grado de Kidush HaShem más
elevado que
puede existir en este mundo (Ein Ayá, Shabat Bet, pág.
171, inciso 23. Le
Emunat Iteinu Guimel, pág. 35 y continuación). Ese es el
papel de Am Israel,
el pueblo que D's eligió, que lleva sellado en su esencia
más profunda el
anhelo de santificar el Nombre de D's en el mundo: Ese "cuerpo"
también tiene un alma, un contendio espiritual que da vida a
todo ese
organismo. La vida del pueblo, llega a su máxima
expresión en el marco
nacional. Sólo cuando
Pero hace
mucho tiempo, todo eso fue desbaratado: "Por nuestros pecados, fuimos
exiliados de nuestra tierra". Nuestros enemigos destruyeron el Beit
HaMikdash y nos sometieron; perdimos nuestra independencia. Fuimos
deportados, dejamos de vivir como nación. Comparado con el
cuerpo humano, es
como si el cuerpo nacional hubiese muerto, ya no tuviese vida.
Después, también
la carne del cuerpo nacional se descompuso: Perdimos también la
poca autonomía
que aún subsistía. Sólo quedo un esqueleto, un
recuerdo de lo que fue una vez
una nación viviente. Más tarde fuímos dispersados
en todos los confines: Los
huesos fueron separados y el esqueleto fue desmantelado. Ni siquiera
forma de
nación nos quedó. Y con el correr de los años,
también los huesos se
transformaron en polvo, en cenizas. Dejamos de pensar como
nación, dejamos de
sentir como nación. No
podíamos ocuparnos
de ningún campo que este relacionado con la vida nacional, y
paulatinamente nos
fuimos olvidando de ella. Los individuos particulares dejaron de
sentirse parte
de un organismo y comenzaron a sentirse solo miembros de una comunidad
tal o
cual. El exilio nos despojó del orgullo nacional, del
sentimiento de
responsabilidad nacional (Le Emunat Iteinu Guimel, pág. 243).
Una
situación
muy poco placentera: Galut (exilio). El profeta Iejezkel dice:
“Y me
colocó en medio del valle, que estaba lleno de huesos” (Iejezkel
37:1). Y
también el rey de los Kuzaros dice: “Ahora, ustedes son como un
cuerpo sin
cabeza”. Y el sabio judío le responde: “Somos un cuerpo sin
cuerpo, huesos
resecos...” (HaKuzari 2:29-30). En la galut estamos en el
sepulcro de la
nación, como comenta el Gaón de Vilna (Likutei
Agrah, al final de Sifra
de Tzniuta): Imaginemos una persona que vive en el sepulcro, come en el
sepulcro, duerme en el sepulcro, estudia en el sepulcro, y los gusanos
lo van
comiendo...
Durante la larga galut el pueblo de
Israel se convirtió en un recuerdo del pasado, en una reliquia
histórica, un
fósil: Hubo una vez algo pleno, y dejó de existir.
Vivimos como comunidades,
donde cada una libra su propia batalla por su subsitencia. El
centro de la vida espiritual es el Beit HaKneset (la
sinagoga), donde se reza y se estudia (Orot, pág. 108). Las
aspiraciones
espirituales se limitan a cuidar la santidad del vínculo
familiar, a respetar y
cuidar shabat, kashrut, a estudiar Torá, y a
rezarle a D’s
rogándole que nos libere de esa prisión. Todo eso son los
pequeños
restos, los recuerdos nostálgicos de algo que una vez
vivió
y era pleno, que abarcaba toda la vida, y que, si D’s quiere,
volverá cuando
D’s juzgue que llegó el momento de devolver el pueblo a su
tierra.
Hace poco más
de cientoveinte años, ocurrió un verdadero milagro: Algo
cambió, y en las
cenizas de ese pueblo muerto y enterrado comenzó a renacer un
anhelo nacional.
A lo largo de toda la galut hubo algunos pocos elegidos que
sintieron
ese anhelo, y con gran sacrificio regresaron al sitio de la casa
nacional, a Eretz
Israel. Pero ahora, se trata de un anhelo que abarca grandes masas;
no sólo
nobles pensadores, sino que también personas sencillas, de
pronto se ven
impulsadas por un imperioso deseo de volver a vivir como nación.
Theodoro
Hertzl, con su genial talento, supo canalizar ese anhelo en un
movimiento, y
puso en marcha un proceso colosal: El renacimiento de
Ese proceso
aún no culminó, todabía estamos a mitad de camino.
Es cierto que hay dificultades,
hay
crisis, problemas complejos que ya hace miles de años no tuvimos
que enfrentar:
Son dolores de parto. Pero este proceso irreversible sólo
avanza, y necesita de
todas las fuerzas, de todos los talentos de nuestro pueblo, de todos
los que
quieren ser partícipes activos de esa resurrección y
estan dispuestos a pagar
su precio. Decimos "aquí estamos, dispuestos a sacrificarnos por
el
renacimiento del Kidush HaShem más elevado en el mundo!".
Bendito sea
el Eterno, que nos hizo nacer en esta formidable generación, y
nos permite ser
partícipes de este proceso colosal!. "Dad gracias al Eterno,
porque Él es
bueno; porque para siempre es Su misericordia. Díganlo
así los redimidos del
Eterno, a quienes Él ha redimido del poder del adversario, y de
las tierras los
ha recogido; del oriente y del occidente, del norte y del sur..."
(Tehilim
107, comienzo del rezo festivo de Iom HaAtzmaut).
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