Las
leyes de los perjuicios
Rav Itiel
Ariel (Beahava Ubeemuna No498)
Nuestra Parashá habla
en extensión de las leyes de los
perjuicios, y determina que el que daña a su prójimo debe
ser responsable del
daño causado. Ese principio tiene su aplicación en muchos
de los ejemplos de
daños y perjuicios causados por la persona o sus pertenencias a
su prójimo y
sus bienes. "Hay cuatro formas típicas de daño" (Baba
Kama 1:1), y
otras cuatro que se encuentran en nuestra Parashá. Ellas
recalcan
el principio general, según el cual la responsabilidad
primordial de evitar
el daño, recae sobre el que lo produce, y es él el
que debe cuidarse - a si
mismo y a sus pertenencias - para no producir daño alguno. Ese
principio fue
más extendido aún - más allá de la
obligación básica formal - y quien se dirige
por los senderos de la jasidut (piedad) debe cuidarse mucho de
no provocar
algún perjuicio: "El que quiere ser jasid, que cumpla
las leyes de
los perjuicios" (Baba Kama 30A). Y por ello "los jasidim de
antaño enterraban las zarzas [que podían producir
algún daño. N. del T.] tres
palmos bajo la tierra" (Ídem.).
Justamente esa actitud del jasid ilustra la meta educativa
y valente
que se encuentra en la base de esas leyes - por encima de la
función social que
ellas desempeñan al definir claramente las relaciones entre el
que daña y el
que es dañado. En efecto, todos están de acuerdo en que
se debe delimitar
claramente el uso de la persona de sus bienes, de forma que su derecho
de
compra y su plasmación no sea a expensas de su prójimo.
Esa limitación es
necesaria para llegar al correcto equilibrio entre sus derechos y los
derechos
de los demás, y eso justifica cierta coartación de sus
privilegios. Pero si se
trata solamente de especificar las relaciones entre las personas, no
tiene
ningún valor moral añadir por encima de la
obligación básica, como hace el jasid.
La actitud del jasid - que tanto se cuida de no perjudicar -
insinúa una
concepción de valores distinta.
En un análisis más profundo, concluiremos que puede ser
interpretada
equivocadamente la obligación de toda persona de apartar el
daño que él puede
producir de su prójimo. Hay quienes ven en ella una meta en
sí, y
piensan que la clave para lograr buenas relaciones entre las personas y
sus
vecinos, es el claro distanciamiento. En su opinión, un muro
alto es la mejor
garantía para asegurar buenas relaciones de vecinos, ya que una
relación
estrecha diaria forzosamente generará conflictos innecesarios.
Esas personas a
menudo les resulta difícil presentar sus exigencias al verdadero
perjudicador: Evitan
discutir con él, y tienden a depositar toda la responsabilidad
sobre quienes -
según su opinión - deben velar por su aislamiento del
entorno. Por ejemplo, en
el lugar donde ocurrió un accidente de tráfico, ellos
exigirán realizar cambios
en la señalización y similares, pero no exigirán
educar al chofer o el
transeúnte a ser más atentos y cuidadosos.
Tal parece que esa concepción se ve reforzada y fomentada en la
vida
moderna. Cuanto más aumenta la densidad de las viviendas,
aumenta a la par el
esfuerzo por elevar más y más las verjas que separan
entre las personas y sus
vecinos, y con ella crece también la concepción
privada, que coloca en
la cima de la escala de prioridades el derecho de cada persona de vivir
su vida
a su gusto, mientras no dañe a su vecino - "vivir, y dejar
vivir". También
las relaciones entre las naciones son reguladas según
esa concepción, partiendo
de la base que son necesarias murallas de separación para
eliminar posibles factores
conflictivos entre ellas.
El que enciende fuego en su patio, tiene que tomar en cuenta que hay
zarzas
en la vecindad que no fueron enterradas, y de momento que no se
preocupó por
remediar la situación, debe ser responsable de lo que
ocurrió, a posteriori.
En "Orej Jaim" (sección del Shuljan Aruj, el libro de halajá
por excelencia) agrega que esas zarzas son una alegoría, que
simboliza a los
malvados, y por ello en un principio debemos hacernos cargo de
esos
fulgores de maldad, debemos hacer todo lo que podamos para que los
malvados cambien
su comportamiento para bien, y desafilar los filosos dientes de esos
hijos
amados a tiempo. Y sólo si no hay más remedio, podemos
consolarnos pensando que
la desgracia que llega al mundo a través de ellos, los extermina
a ellos
mismos.
Y en efecto, la visión futura del profeta Ishaya no habla del
quebrantamiento de los perjudicadores y su expulsión más
allá de los muros,
sino que de su corrección y la aniquilación de su
potencial dañino, "y
habitará el lobo con el cordero, y el tigre se
acostará junto con el
cabrito... no obrarán mal ni destruirán en todo Mi santo
monte..." (Ishaya
11:6-9).