Las nubes
Rav Eial
Vered
Y como acostumbra la gente, los transeúntes
hablaban entre ellos y decían: Qué buen repartimiento de
papeles. La vela
encendida y la abundancia de la masa, seguramente es por mérito
de Sara.
Mientras que la nube sobre la tienda, en la que se manifiesta
Así dijeron - hasta que falleció Sara. Y
entonces, resultó que la vela se apagó, ya no
había abundancia en la masa, pero
también la nube se esfumó. Hasta que llegó
Rivka, y esas tres señales regresaron
por su mérito (Bereshit Rabah).
El campamento de Israel en el desierto era
un lugar singular. Cada tribu se encontraba en su lugar, según
un orden
ejemplar. Y en el centro, el campamento de
Y también cada mañana recibían un alimento
milagroso, el man. Y también un manantial milagroso los
acompaña. Las nubes,
el man y el manantial.
Y como acostumbra la gente, decían que el
manantial seguramente es por mérito de Miriam - porque ella se
sacrificó cuando
cuidó a Moshé a la orilla del Nilo. Y el man,
seguramente es por mérito
de Aharon – que es Cohen (Sacerdote), y por mérito de
los diezmos que le
son entregados al Cohen la abundancia se manifiesta en toda la
masa, y
es por su mérito que la abundancia Divina se manifiesta en el
mundo. Pero la
nube,
Hasta que Aharon falleció, y las nubes de
honor se desvanecieron. Entonces, todos supieron que las nubes eran por
mérito
de Aharon. Moshé se esforzó y logró devolver las
nubes sobre el campamento.
Por un lado Sara, por otro lado Aharon – y
la nube sobre ellos.
Por lo visto,
Sara es la encargada de la casa y su paz
interna. Ella se encuentra en la tienda, su vida es plena, y en toda
edad ella
lleva consigo también las edades anteriores. Ella es anciana y
al mismo tiempo
niña y joven – su aspecto interno se encuentra en plenitud
perpetua, ninguna
fuerza le falta. La nube está atada a ella.
Aharon es el que hace la paz entre las
personas, se esfuerza día a día para que haya un
utensilio que sea capaz de
contener
La manifestación de
La tienda de Sara y el corazón de Aharon
nos serán la brújula también en este momento, para
continuar con la labor de la
unión y el Shalom interno, "amad, pues, la verdad y la
paz" (Zjaria
8:19).
Midreshet
Majón Orá
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Las
personas transparentes
Rav Lior
Engelmann
Era un viernes, a eso de las tres de la
tarde. De regreso a casa, entré en una de las cadenas de
supermercados para
comprar algunas cosas que nos faltaban para el shabat. El lugar
estaba
repleto de gente, que se apuran en llenar sus carritos con toda la gran
abundancia, corren y se apuran. El reloj de arena se va vaciando, el
sol
comienza a acercarse al oeste y dentro de poco el shabat nos
recibirá
con su resplandeciente rostro. Largas colas de camino a las cajeras. La
espera
es larga, cansadora, se está parado sin hacer nada. En los
días de la semana,
el descanso es cansador...
Supongo que todo ese tiempo que yo
estuve parado pensando en todo tipo de cosas sin importancia ella
estaba allí.
Seguramente allí se encontraba ayer, y anteayer. Quizás
estuvo allí todas las
veces que llegué a hacer compras. Al principio ni me di cuenta
de ella en
absoluto. Ella es parte de esa especie de criaturas que los ojos no las
ven,
sobre todo cuando los ojos están rodeados de estantes
atiborrados de todo tipo
de golosinas tentadoras. ¿Qué
tuvo de diferente esta vez, que mis ojos se abrieron y la vi? Me
sería
agradable decir que yo, por mis propias fuerzas, logré correr la
cortina de mis
ojos - pero no fue así. Por lo visto, logré verla
sólo después que la persona
que estaba delante de mí no le prestó ninguna
atención. Ese hombre se
desentendió, sencillamente la ignoró, ni se le
ocurrió decirle alguna palabra
de agradecimiento. Quizás ni se dio cuenta que fueron sus manos
las que se
ocuparon con celeridad de toda la abundancia de mercaderías,
empaquetando,
atando y finalmente colocando en un orden ejemplar todo eso en su
carrito. Y
ella... vi en su cara que ella no tenía la más
mínima pretensión que le
agradezca, y no le dolió su silencio: A fin de cuentas, ella
sólo cumple con su
tarea...
La empaquetadora casi terminó su
trabajo, pero una bolsa de harina que tenía una rasgadura en su
base se
desparramó por todos lados, ensuciando las mercaderías
que acabó de empaquetar.
"Perdón, mi señor" – dijo, con un acento vergonzoso, como
si fuese de
ella la culpa, y comenzó a limpiar la harina con todas sus
fuerzas. Algo en la
expresión "mi señor" que salió de su boca hizo
temblar mi corazón. Es
la primera vez que escucho esa palabra de la boca de una mujer cuya
intención
es la más simple interpretación:
"Mi señor". Intenté ayudarla, pero ella se negó, y
después de poco
tiempo todos los rastros de harina se desvanecieron y la mujer se
apuró a traer
otra bolsa de harina de los estantes. Cuando terminó de
empaquetarlo todo, el
hombre le pagó a la cajera, tomó el carrito y dijo: "Todo
avanza tan lento
aquí. Dentro de poco es shabat, ¿la gente
no lo entiende?"
Le es fácil a los ojos entender su función cuando se
presencia la derrota de los otros, y de momento que mi corazón
se dolió cuando vi
que ese hombre no le prestó atención, yo sí le
presté.
Ella era una mujer baja de estatura, de la comunidad etíope,
y estaba embarazada... en los últimos días de su
embarazo. Vestida con un
mameluco de trabajo que llevaba el nombre de la empresa de limpieza, y
llevaba
escrito "siempre a su servicio". Tenía un pañuelo blanco
ajustado
sobre su pelo, como contestándole en su lugar a ese hombre: "La
mujer
sobre cuya cabeza yo me encuentro, bien sabe que el shabat
está
llegando, y le sería muy bueno prepararse para él y
regresar a su casa. Pero
ella sabe que si no hay harina... y las pequeñas bocas de sus
niños la esperan
en casa".
No soy de los que así acostumbran, pero esta vez, después
que ella empaquetó mis cosas, saqué de mi bolsillo un
billete, y se lo ofrecí.
"Perdón, señor" – dijo ella – "pero yo no soy
la cajera. Yo estoy aquí sólo para acomodar los carritos.
¿El señor quiere que le lleve las mercaderías
hasta el
auto?"
"Ya le pagué a la cajera. Es para ti, para agradecerte
tu ayuda".
Sus ojos se alumbraron. Ella tomó el billete, lo palpó
con
sus manos, cuando sus ojos me miran y dicen sin palabras: "¿Mi
señor, está seguro?" Y
yo le
contesto con ese mismo idioma mudo: "No soy tu señor, pero estoy
seguro"
Tomé el carrito y me dirigí al estacionamiento, y ella me
siguió, pidiéndome que la deje ayudar – ¿y
quizás me quiere decir algo?
"¿No te es difícil el
trabajo aquí?" – busqué alguna forma de comenzar una
charla. Ella no
contestó, sólo sonrió, como diciendo: "Y si es
difícil, ¿de qué sirve protestar?"
"¿Te pagan bien?" – lo intenté
por segunda vez. Pero ella continuó con su postura, sonriendo en
silencio.
Acomodé las bolsas en el auto, le
agradecí, y cuando entré en el auto ella me
ofreció una pequeña bolsa. En la
bolsa, había lentes transparentes. "Son lentes especiales" –
dijo
ella, cuando vio mi sorpresa. "Algo de los versículos, no se
cuales.
Seguramente tú lo sabrás", agregó.
Muchos años pasaron desde ese día, y
el tiempo tiene la capacidad de condimentar la realidad con la
imaginación. No
se si el cuento de los lentes es cierto o no, pero de todas formas eso
es lo
que recuerdo.
Si no la hubiese encontrado,
seguramente no hubiese visto a esos otros. No se si esos lentes son
reales o
producto de la imaginación, pero yo se que ella fue la que me
permitió usarlos.
Y con la ayuda de esos lentes de pronto es posible verlos a todos – a
todas
esas personas "transparentes". Desde que comencé a usar esos
lentes,
de pronto los vi a todos: El que sella las boletas a la puerta del
supermercado, el guardia anciano, el lavador de platos dentro de la
cocina en
el restaurante – que no le sonríen ni le dan propinas. El que
barre la calle
que llegó de Rusia – que mientras trabaja todavía le
pasan por la cabeza las
fórmulas matemáticas, recuerdo de otros días. La
anciana que está sentada sola
y su rostro está arado de arrugas, y a ese alumno, demasiado
común, que no es
brillante pero tampoco molesta, y que tan fácilmente escapa de
mi mirada. De
pronto me enamoré de ellos, de las personas-sombras, de las
personas que son
llamadas por equivocación "sencillas". Y si no me hubiese dado
cuenta
de ellos, me habría perdido todo un mundo.
"No te desentenderás de tu
propia carne" (Ishaya 58:7).
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