Volviendo
a la rutina
Rav Eial
Vard
Y mientras tanto, el campamento lleva una
vida de rutina. Juntan el Man (alimento milagroso) por la
mañana,
estudian Torá con Moshé, en el Mishkan (Tabernáculo)
trabajan los
Cohanim (sacerdotes), cada tribu descansa en su propio lugar en
el campamento,
y cada mujer visita a su vecina que acaba de tener un nuevo hijo. Una
rutina
del desierto.
Y en la peña frente a ellos, los observan
dos personas. Tratan con todas sus fuerzas de encontrar algún
aspecto negativo,
alguna pequeña grieta que a través de ella puedan vaciar
todo el veneno que
llevan dentro de ellos, algún pequeño orificio que pueda
ser un conducto para
que el veneno penetre y se esparza. Ellos, ahí abajo, no saben
qué terrible peligro
los acecha desde el Ieshimon. Si supiesen, seguramente se
juntarían para rezar,
decretarían ayuno y asamblea, se reunirían alrededor de
Moshé y le rogarían que
rece por ellos, que no deje de implorarle a D's en ese difícil
momento. Quizás
el momento más difícil que tuvieron que pasar hasta
ahora...
Pero ellos no saben nada, y continúan con
su vida rutinaria común.
Y en la peña esas dos personas construyen
siete altares y ofrecen siete becerros: El Mundo de
Pero no hay.
40 años con Moshé, con
Y ellos ni siquiera saben que así son.
Ellos no sabían que su rutina diaria está colmada de amor
por D's, de
vinculación con Él, de normas de comportamiento
correctas, de recato, de buena
mirada – les parecía tan natural y sobreentendido que las
puertas de las carpas
no estaban orientadas una frente a la otra, ¿acaso puede ser de
otra forma?
Y de momento que no lo saben, hay que hacérselos
saber, contarles las alabanzas de esa rutina, contarles su fuerza y
potencia, y
de qué forma los protege de todo tipo de personas que los miran
con mezquindad
y malos pensamientos en el corazón.
Entonces, Moshé les cuenta: "Que
alquiló contra ti a Bilam, hijo de
Beor,
de Petor en Aram Naharaim para maldecirte. Pero el Eterno no
consintió en
escuchar a Bilam, y el Eterno, tu D's, transformó para ti la
maldición en
bendición, ya que el Eterno, tu D's, te amaba" (Dvarim 23:5-6).
¿A nosotros nos quisieron maldecir? ¿Cuando? ¿Cuando
estábamos frente a los
montes de Moav? ¿Y no lo lograron?... ¿Y tanto nos ama D's, que no se enojó ni un poquito en
esos días, y
convirtió las maldiciones en bendiciones?
¡Bendito sea
D's para toda la eternidad!
Pero Moshé lo sabe todo, y les lee una por
una las bendiciones de Bilam - y también cuáles eran sus
intenciones. Su boca
está llena de maldiciones, su ojo derecho está tapado y
todo él mira las cosas
por su lado izquierdo. Pero frente a él se encuentra la sencilla
rutina del
Campamento de Israel, una rutina en que las tiendas están una al
lado de la
otra - tan cercanas, pero al mismo tiempo en forma tan recatada. Nadie
mira lo
que no le pertenece, nadie busca lo malo para el prójimo, las
puertas no están
orientadas en dirección del vecino... La rutina del desierto.
Frente a esa
rutina, él se disuelve y cae: Su boca ya no le obedece, y la
lengua se mueve de
por sí misma, articula lo que le ordena su Creador – alabanzas y
halagos para
la nación cuya sencilla rutina venció al hechicero de
fama mundial, que miraba
todo para mal.
Midreshet
Majón Orá
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Calas
Rav Lior
Engelmann
No sabía
en aquel entonces que la palabra "cala" me perseguirá
día tras
día, hora tras hora. Ser novia... Cuando me paseaba por el
jardín de calas de
la abuela, todo parecía tan sencillo. Un muchacho, una muchacha,
una sonrisa,
amor - novio y novia. No sabía en aquel entonces que la
proposición de
casamiento de Nadav – que se sentaba al lado mío en el
jardín de infantes – sería
la última proposición seria que recibiría.
"¡Por
ahora! ¡No te olvides, es por ahora!" – llega a mis oídos
de ningún lado
la voz de la tía Jaia. "Treinta y un año no es el fin".
"Treinta
y tres", la corregí – pero la tía Jaia bien conoce sus
oídos, y nunca los
hará doler prestando atención a lo que no quieren
oír. Ella sabe cuidar la
salud de sus oídos – y yo no...
Cuando
era una niña, no sabía cuántas palabras
entrarán en mis oídos sin pedir antes
permiso, cuántas personas preocupadas me sermonearán sin
autorización. "Tú
eres demasiado selectiva ¿Todavía
no te han dicho que donceles cabalgando en caballos blancos..."
"...
hay sólo en los cuentos de hadas?", terminé la frase. Por
supuesto que lo
se. Incluso si tuviese serios problemas de entendimiento, una
oración como esa
que es repetida miles de veces al final es asimilada. Yo sé que
hay algo de
cierto en eso: Quizás soy demasiado selectiva, y quizás
sencillamente tengo
miedo – pero si le preguntarán a mi tía Jaia, en su
opinión yo tendría que
haberme casado con el muchacho que en el primer encuentro me hizo jurar
que
cuando nuestro hijo esté enfermo, yo me quedaré en casa
cuidándolo para que él
pueda continuar estudiando Torá. "Y...
¿cómo dijiste que te
llamas?", se acordó de preguntar después de haberme hecho
jurar.
"En
realidad, tú no quieres casarte", "tú eres una mimada",
"tú
te piensas que llegará un novio en bandeja", "tú no
estás dispuesta a
ceder, no te atreves", "con una mano en el corazón, tú
sencillamente
tienes miedo" – voces y truenos penetran en mi corazón, sacuden
mi ser, me
hacen doler. Es cierto, las reprimendas son lo más fácil
de soportar – lo peor,
es el silencio... El silencio de mamá, después que yo le
digo nuevamente
"se terminó". La mirada de dolor, de desaliento. Los ojos que me
golpean como un látigo, me hacen sufrir más que todos los
discursos de la tía
Jaia. A fin de cuentas, mi madre y la tía se criaron en una
misma casa, la casa
de la abuela – y en su jardín crecieron calas y novias
magníficas. Quién se
imaginaba, que justamente en la parcela de mamá crecerá
una novia que no logrará
casarse...
La tía
Jaia no estuvo en mi último encuentro: Ella no vio la cara del
muchacho que
estaba frente a mí cuando se enteró de mi verdadera edad.
"Pero, me
dijeron que tienes 28..." dijo como culpándome de algo, como si
me hubiese
"pescado" mintiendo, falsificando documentos – y no importa en lo
más
mínimo que él mismo está cerca de los 40...
¿Qué le
diré a mamá? Que traté y traté decenas de
veces – de interesarme, de sonreír,
de caer en gracia... Pero más allá de la disculpa de "yo
no se, pero no
somos tan afines", ya aprendí que ni mi sonrisa ni mis modales
logran
disimular la nariz que heredé de la abuela, ya hace muchos
años. Una nariz muy
judía, que salteó a mi mamá y a la tía y
aterrizó justo en medio de mi cara.
"No
es la nariz, es la cabeza" se escucha la voz de la tía Jaia,
punzante y autoritaria.
Quizás tú tienes razón, tía, pero mi cabeza
dice que también la nariz tiene que
ver con que cada Shabat la frase "la gracia es
engañosa, y la
hermosura es una vanidad" (Mishlei 31:30) me zumba en los oídos
– con la
conocida entonación de la casa de mis padres, por ahora...
"Por
ahora" – otras dos palabras que aprendí a odiar. "Por ahora" no
estoy casada, pero eso cambiará. "Por ahora" vivo aquí,
pero sólo
"por ahora". Yo trabajo "por ahora", sólo hasta el casamiento.
Ya hace diez años, pero "por ahora"... hasta que aparezca el
novio
anónimo que no he encontrado "por ahora". "Por ahora" debo
continuar rindiendo cuentas a mis padres de todo lo que me pasa en la
vida,
"por ahora" no debo pensar en las muchachas de mi edad que se casaron
ya hace años, y sus hijas adolescentes les rinden cuentas. "Por
ahora" debo morderme los labios en los compromisos y festejos de
casamiento, cuando escucho las eruditas disertaciones de que "todo el
que
no tiene mujer, no tiene Torá, no es bendito, y no tiene
alegría".
Escuchar, y aguantar las lágrimas, que no se apiaden de
mí. Escuchar, y sonreír
una sonrisa recatada - como si fuese auténtica - que no hablen
mal de mí a mis
espaldas...
"Por
ahora" la vida dejó de andar – vivo esperando, todo es "por
ahora".
"No
todo se detuvo, el reloj biológico no". Yo se, nuevamente la
tía Jaia
entra en mis pensamientos – debo aprender a taparme los oídos. Y
por ahora, trato
de no amargarme – y no tengo mucho éxito, por ahora. Trato de no
tener
pretensiones ni de desilusionarme de mis amigas, que esperaron muchos
años y
finalmente se casaron - y se olvidaron que hay gente del "por ahora".
Y por
ahora, espero el timbre del teléfono. Ayer nos encontramos por
primera vez. Fue
justamente un encuentro bueno, un ambiente muy agradable. A la
tía no le conté
nada del encuentro ("llegó el momento que hagas algo, que tomes
iniciativa"), tampoco le conté a mamá (una mirada
apagada, silencio). Y
ahora, estoy sola en el mundo – esperando. Quiero tanto compartir – y
no puedo.
"Nuevamente te amargas..." – ¡muchas gracias, tía Jaia,
gracias!
Por
ahora, estoy pendiente del teléfono. Cada timbrazo puede que sea
la música de
mi vida, el sonido que me viene a redimir de una vida detenida, que me
salvará
de mi vida de soltera. Después de todo encuentro, me tensiono
pensando en el próximo
timbrazo y la charla que lo seguirá – y entre los encuentros,
anhelo el
timbrazo que me hará saber de un nuevo muchacho a conocer.
Puse el
teléfono en mi bolsillo, y salí de casa. Mis pies me
llevaron a la casa de la
abuela. La casa está desolada, las espinas crecieron en el
jardín. Hace cinco
meses que la abuela falleció, pero la casa no está para
alquiler. "No
conviene alquilar por ahora, dentro de poco se casará la nena" –
así
convenció la tía Jaia a mamá, cuando yo escuchaba
en silencio. Ella realmente
me quiere, la tía. "Es fuerte como la muerte, el amor..." (Shir
HaShirim 8:6).
Pasee
por el patio de la abuela, buscando algo. Todo cambió
aquí, se siente un poco
triste. Espinas y púas - y sobre todo, desolación.
Silencio. Demasiado silencio.
Cuando la abuela vivía, ella nunca calló. Diez medidas de
parloteo recayeron
sobre nuestra familia, la tía Jaia y la abuela se las
repartieron entre ellas,
y le dejaron a mamá dos puñados llenos de silencio. De
pronto el silencio fue
roto – un timbrazo fue escuchado. Contesté el teléfono.
Su voz era vacilante,
pero agradable. Una conversación comenzó a trenzarse
entre él y yo – él es muy
delicado. Comencé a alejarme de la casa de la abuela, mientras
hablamos.
Con el
rabillo del ojo la vi: Una cala - blanca, vestida de novia -
todavía florece
entre las espinas...
Departamento
ibero-americano
Majón Meir
abrió sus
puertas para alumnos ibero-americanos de habla hispana y
portugués, y te invita
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su ambiente tan
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El
programa - dirigido por el Rav Rafael Spangenthal - está
destinado para jóvenes
de diecisiete años en adelante que desean reforzar su identidad
judía por medio
del estudio de
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invitamos a llamarnos o escribirnos:
Director del
Departamento ibero-americano
Rav Rafael
Spangenthal
Tel.: 972-8-9285216
Cel: 972-52-4501467
E-mail: sfaradit@emeir.org.il,
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